Pero para ello había que atravesar la calle principal del casco antiguo, repleta a más no poder, absolutamente atestada de grupos de todo tipo y condición. En esos casos hay más remedio que acompasar el paso al de la masa, no hay katana que valga.
Todo tiene su compensación. El tiempo seguía siendo estupendo y encontramos una playa, unas rocas acondicionadas más bien, ¡nudista! Echamos de menos las gafas, el tubo y las aletas, pero sí hubiera dido mucho acarrear... Eso sí, cualquier día nos encontráis en Instagram o así: la gente, peligro amarillo en su mayoría, que pasaba cerca de la orilla en embarcaciones varias no se cortaba un pelo a la hora de hacer fotos. Por cierto, ¿alguien sabe qué hace luego el peligro amarillo con las fotos que hace? No les puede dar un sola vida para verlas y organizarlas.
Después de comer de picnic en la isla, volvimos a Dubrovnik a cumplir con las tareas turísticas oficiales.
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