lunes, 21 de abril de 2025

PARACAS


La cultura Paracas nos había suscitado mucha curiosidad. Habían tenido muchos avances en telares y tejidos, y enterraban a sus muertos en cuclillas envueltos en suntuosos mantos. Queríamos ver el Museo de Julio C Tello, y, de paso, pillar un poco de playa. Así que hacia allí nos dirigimos Eva y yo, hacia la ciudad de Paracas, 260 km. al sur de Lima. Bus nocturno desde Huaraz a Lima, transbordo y otro bus a Paracas. 

Paracas. En quechua Para es viento y acca arena. Damos fe. El primer día fuimos a dar un paseo a lo largo de la costa, y en cuanto nos pusimos a expensas del viento soplaba que daba gusto. No es la expresión más acertada, era más bien desagradable, nada de gusto. Todas las tardes se levanta, a lo que se ve.

Es una localidad muy turística, punto de salida para los barcos que van a las Islas Ballestas, islas que albergan gran cantidad de leones marinos, aves y pingüinos Humbolt. Está a las puertas de la Reserva Nacional de Paracas, una zona desértica con playas y espectaculares paisajes áridos, en la que se encuentra el Museo Tello que queríamos visitar. Si no fuera porque las playas urbanas tienen mucha vida verde en su orilla, sería un destino casi perfecto para unos pocos días. 

El Museo me resultó decepcionante. El edificio es superchulo, está perfectamente acoplado en el paisaje, y la exposición, muy bien presentada. Pero casi no había telas, mantas o tapices, y ni una sola momia. Nada que ver con lo que habíamos visto en los museos de Lima o yo en el Precolombino de Santiago. No encontramos ningún sitio donde ver tejer, y sólo uno donde comprar alguna cosa decente. La guía nos había creado unas expectativas que no se cumplieron para nada.

Pero la Reserva nos encantó. Unos paisajes áridos, colores rojos, amarillos y blancos resaltando contra el mar, una pasada. A pesar de la masificación (entramos en los feriados de la Semana Santa y miriadas de limeños invadieron Paracas), estuvimos casi solas en una de las playas. Otro de los días no hubo tanta suerte, pero así y todo nos dimos unos estupendos baños. No hay transporte público así que nos hicimos el business con un taxista para que nos llevara y volviera a buscarnos. Como nos sobraba un día, hicimos el tour en barco por las Islas (navegar siempre es agradable,  no te dejan bajar) y nos fuimos una tarde a conocer Pisco, localidad nada turística y poco agraciada porque, para variar en este país, quedó prácticamente destruida en un  terremoto en 2007.

Como no hicimos el Trek Santa Cruz, nos sobraban unos días antes de volver a Lima para poner rumbo a casa. Desde Paracas intentamos currarnos alguna alternativa. Manejamos diversos destinos, le dimos mil vueltas a qué hacer: Ayacucho y su Semana Santa (no me gusta nada ese rollo, pero una vez de estar aquí hacer un estudio sociológico podría haber sido interesante), Huancayo y una rutas de monte... pero las conexiones desde Paracas no eran fáciles, el pronóstico del tiempo en esas zonas no era halagüeño y no queríamos pasarnos media vida en diversos buses. En el alojamiento de Paracas un folleto se cruzó en nuestro camino. En el de Eva, para ser exactos. Marcona y sus excelencias, Marcona paraíso turístico o algo así. Una localidad costera con otra Reserva y más playas. Paracas se estaba poniendo insoportable de gente, y tampoco teníamos nuevos alicientes, así que decidido. A Marcona. 

Playa de Yumaque, foto hacia un lado
y al otro desde el mismo punto.



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