La idea era ir a Cuenca, pero la falta de previsión a la hora de hacer el plan ha hecho que tengamos que entretenernos un poco por el camino porque no había alojamiento asequible en la ciudad hasta el domingo.
Como hacía tiempo que yo tenía ganas, salimos el viernes dirección Daroca con el propósito de dormir allí y pegarnos un madrugón para llegar a la Laguna de Gallocanta a tiempo de ver cómo las grullas cogen vuelo con la primera luz del día. El espectáculo se debe repetir al atardecer cuando vuelven a ella.
Dicho y hecho. Para las ocho menos cuarto estábamos dispuestas, y absolutamente peladas de frío, en un mirador frente a la laguna. En cuanto ha empezado a clarear los primeros grupos de grullas han levantado el vuelo desde el otro extremo para pasar casi sobre nuestras cabezas. La verdad es que no tengo claro dónde pasan y qué hacen el resto del día, pero todas las grullas se mueven a esas horas.
No ha estado mal, pero no había muchas y no ha sido espectacular. Dicen que en determinados días se cuentan por decenas de miles. Una pena. Supongo que la mayoría ya ha seguido camino hacia tierras más cálidas. Visto el frío que hace aquí tampoco es de extrañar, parece que todavía les queda un poco de instinto natural a estas aves migratorias que paran aquí provinientes del norte de Europa, donde anidan, camino de su residencia de invierno en zonas más templadas. Y esa no debe de estar aquí.
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