Abandoné Santiago camino del Sur. Primera parada, Puerto Montt. Destino: Puerto Natales, desde donde se parte para ir al Parque Nacional de las Torres del Paine. Parque mítico de la Patagonia chilena. Intención: hacer algún recorrido de montaña y ver las famosas Torres, pilares de granito casi verticales que dominan el Parque.
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Aquí no se dice STOP |
Para ello, había que llegar primero a Puerto Montt, lugar de inicio del viaje en ferry. Las opciones: avión o bus. Me decanté por o último. Un bus nocturno, de las 12 horas de viaje te pasas un montón durmiendo. Elegí salón cama, lo segundo mejor que hay, en un fila de a uno, que hay otros que son de filas de dos, y eso es no mola. Supercómodo. Y muy asequible. Todo ventajas respecto al avión. Lo coges y te deja en el centro, no hay que estar dos horas antes, no pagas por la maleta... No te dan de comer, pero eso se resuelve fácil.
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Lago Llanquihue |
Como Puerto Montt no debe tener mucho encanto, me alojé en Puerto Varas, localidad turística a 20 km, en la orilla del lago Llanquihue, segundo mayor lago de Chile.
Y cuando digo turística no os hacéis una idea. Está lleno de gente; muchos, chilenos que están aquí de vacaciones. La verdad es que la zona lo merece. Hay muchos pueblos alrededor del lago, y el top es que desde muchos se ve el Volcán Osorno, que todavía tiene nieve en su cumbre.
Puerto Varas tiene origen alemán, del asentamiento de unos colonos alemanes ganaderos que llegaron aquí en los siglos XVIII y XIX, animados por el gobierno de la época como forma de extender la soberanía del país al remoto Sur. Sus calles tienen nombres de Santos y Santas, o de alemanes. No es que valga mucho, dejando de lado que tiene todos los servicios y muchos bares y restaurantes, pero algunas de sus casas son muy especiales. Y un Museo, el de Pablo Fierro, que es laberinto de estancias, escaleras y recovecos absolutamente lleno de cuadros del artista y objetos y cachivaches de todo tipo. Polvoriento a más no poder.
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El Museo |
Vine con la intención de hacer monte, alguna ruta por el Volcán Osorno, o alguna otra. Pero, como me pasó en Rapa Nui, aquí nada es fácil. O tienes tu coche para moverte a tu aire, o casi todos los tours que se ofrecen son muy turísticos, esto es, mucho coche para ver algún punto de interés (sea pueblo, cascada o puertito) y poco caminar.
Menos mal que el propietario del hostel donde me alojaba vino al rescate y organizó una salida en la que caminamos una 5 horas por las laderas del Volcán, ya que subir no se podía por la nieve y la falta de equipamiento adecuado. Una bonita salida, sólo afeada por el telesilla de la estación de esquí. Después, fuimos a ver el Salto de Petrohué, que no hay que renegar de hacer turismo del típico.
Cerca, Puerto Octay, Frutillar y Llanquihue. Y allí que me fui, en el colectivo, o sea, en bus, a investigar esos pueblos.
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Puerto Octay |
Puerto Oktay es también de apariencia alemana, y tiene una costanera (paseo de costa, os lo habréis imaginado) pequeña. En los alrededores de la iglesia hay algunas casas que son patrimonio, del estilo a las de Puerto Varas. Para un par de horas está bien. Yo me he tenido que quedar 3 por un tema de coordinación de horarios. El transporte público es lo que tiene.
Tienes que ir a Frutillar. Es lindísimo! me dijo un chileno en Rapa Nui. Pues es horroroso. Bueno, a lo mejor fuera de temporada la costanera tiene su encanto, pero cuando yo fui era como haber llegado a la playa de Benidorm en plena temporada alta. La única satisfacción fue que había despejado y vi el Volcán por primera vez al otro lado de las aguas del lago. Así que me bajé del bus, hice unas fotos y pregunté dónde se cogía el bus para seguir camino. Ni media hora hice.
Más tranquilo me pareció Llanquihue. La costanera es bonita, tiene un par de playas, y una explanada para diferentes actividades. Que ahí hubiera un conciertito de un grupo local ayudó. Y que el ambiente era otro, no tanto de veraneo. De hecho, volví para tomar un poco el sol y bañarme.
Dato anecdótico del día: hay un dicho chileno que dice que donde hay un Montt hay un Varas. Y se cumple. En Santiago había dos calles paralelas, y aquí dos puertos cercanos. El dicho viene de cuando la presidencia de Manuel Montt, que tuvo como ministro, asesor y amigo a Antonio Varas, al punto de hacerse inseparables. Y los chilenos han aprovechado el tema, a lo que se ve.
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