miércoles, 19 de octubre de 2016

¡HE ROTO TECHO!

El último fin de semana largo fui al Monte Perdido (3355 m). Y rompí techo. Eso según la ortodoxia, porque en Nepal anduve bastante más alto, de hecho aquel infausto día pasé por los 5416 m, pero se supone que sólo valen las cumbres, no los collados. Alguien lo ha decidido así. Por lo tanto, habrá que decir que rompí techo. Y Concha también. Pedro no, él juega en otra liga.

¡Mirad qué añegría!

Total, que el viernes emprendimos viaje hacia Nerín, población de la zona de Ordesa. El motivo de pernoctar allí, en lugar de en Góriz, refugio típico desde donde se ataca el Monte Perdido, es que facilitaba la compañía de Jota, que no iba a subir al Perdido, pero sí acompañarnos en otras rutas. Aprovechamos la tarde para subir al Mondoto, monte que se asoma sobre los cortados del Cañón de Añisclo y ofrece una vistas espectaculares sobre éste. Y de paso pudimos observar nuestro rocoso destino desde la lejanía.
Panorámica desde el Mondoto sobre el Cañón de Añoisclo


El autobús de Nerín te deja a una hora y media larga de Góriz. Mucha propina para tanto monte, pero la verdad es que la ruta es espectacular: las vistas sobre el valle de Ordesa, el fondo del cañón y la famosa Cola de Caballo (que este año no pasaba de ser un hilillo de agua sin fuerza), el Taillon (mi primer tresmil), la Brecha de Roland... Disfruté un montón. Sólo por subir al Mondoto y hacer esta ruta hasta Góriz merece la visita a Nerin.

Emprendemos el acercamioento a Goriz

Y una vez llegados al refugio, nos enfrentamos a la subida clásica del Monte Perdido. Casi 1200 m de desnivel casi sin tregua. Enseguida abandonamos la hierba. A partir de un punto, sólo se pisan piedras de diferentes tamaños, desde grandes bloques hasta gravilla resbalosa. Hay algún paso equipado con cadenas. Una subida dura.

Ordesa desde el camino a Goriz

Y el tramo final. unos 300 m de desnivel desde el laguito que se ve al pie del Cilindro (3325 m), es para nota, de piedrilla suelta de esa que das un paso para adelante y dos para atrás. Un regalo del infierno. Y el top, los últimos 100 metros, casi verticales, en los que creo que invertí cerca de una hora porque ya no me daba la cabeza. A punto de pasar de todo y darme la vuelta. Aunque te acompañe la fortaleza física, como no tengas la cabeza en su sitio en la montaña estás perdido. Pero llegué. Y las vistas son espectaculares. El día era claro, luminoso, nada ensombrecía el horizonte. Impresionante.
¡La p... pedrera!


La bajada, como cabía esperar, tampoco es amable. Acabé hasta la peineta de las piedras, del esfuerzo. Y llegamos a Góriz y nos faltaba la propina, esta vez de casi dos horas y gran parte de ella subiendo. Y con prisas, porque teníamos que llegar al autobús. Allí iba yo, esta vez sin disfrutar del paisaje, agotada, pensando para mí misma que nunca más un tresmil, que no merece el esfuerzo, que no sé porqué me empeño.

Vista del Cilindro y el lago.

Pero al día siguiente, después de una estupenda cena, con el vino y el brindis de cava correspondiente, una buena tertulia, unas risas y un sueño reparador, cuando Pedro dijo algo del Posets (3369 m) me encontré pensando que ya me apetecería, que tendríamos que hacer plan para ir. Así soy yo. Todo criterio.

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