viernes, 21 de julio de 2017

SKARDU Y VALLE DE SHIGAR

A pesar del accidentado comienzo, hemos tenido suerte. Hemos conseguido hacer lo que por carretera hubieran sido dos largos días en un trayecto de tres cuartos de hora de avión. Para que os hagáis una idea del concepto carretera. No debe ser lo habitual, las condiciones atmosféricas, sobre todo en el lugar del aterrizaje, lo impoden a menudo.

Valle del Shigar

Y así llegamos al Valle de Skardu y a la localidad homónima. Cuando ves el valle desde el avión resulta impresionante. Lo atraviesa el río Indo, que es ¡enooorme! Ancho, caudaloso, de ese color gris azulado de los ríos de deshielo, y flanqueado por montañas que superan los 4000 m.


La localidad, capital de la región Gilgil-Baltistan, es populosa. Debe sobrepasar los 200.000 habitantes, aunque no lo aparenta. Lo que se ve son hileras de bajeras con todo tipo de tiendas y puestos, alguna de ellas con un piso superior, y pocas casas de 2 o 3 pisos. El tráfico es un caos, y el polvo se mastica.

Lugareño típico.

El Valle de Sighar, nombre de un afluente del Indo el como el de Skardu pero algo menos colosal. En sus márgenes se extienden plantaciones, huertas y trabajadas terrazas de cultivo: maiz, trigo, patatas y muchos frutales, sobre todo albérchigos. Y moras, pero que salen en unos árboles tamaño castaño. Están recogiendo el trigo, y en los tejados de muchas casas ponen los albérchigos a secar.


Somos la atracción de la zona. No parece que los pocos turistas que vienen por aquí se paseen por la calle. Héctor por lo rubio, y yo, no sé si por la pinta o por osar pasearme por la calle, somos el centro de todas las miradas. Miran descaradamente, no se cortan un pelo. Se paran a saludar, a dar la mano, a preguntar... a los chicos, yo como si fuera transparente. Hoy, viernes, día de fiesta para los musulmanes, no había ni una sola mujer por la calle. Todos los hombres estaban en la mezquita, y desconozco dónde estaban ellas. Lo que sé es que me han pedido que pase por la acera más lejana a la entrada a la mezquita. Cielos, ¡qué ganas tengo de ir al monte para ser persona!

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