"Es difícil de explicar. Yo lo vivo como algo animal, o genético, como una marca de género o algo así. El caso es que no conozco a ninguna mujer, miedosa o valiente, que no lleve en su cerebro un detector de pasos. dDurante el día no funciona, pero, de noche, si vuelve a casa sola, por una calle poco transitada, los pasos ajenos activan una alarma en su interior. aguza el oído, se pone tensa, pelea con la necesidad de mirar hacia atrás -con frecuencia, simplemente lo hace- y acelera. Una vez en su portal se siente absurda, infantil, por haber pasado sin necesidad un mal rato, pero le vuelve a suceder en cuanto la situación se repite"
Así, poco más o menos, le explicaba yo a un amigo, hace ya tiempo, esa sensación tan femenina, esa especie de estigma, ese miedo añadido a todos los miedos comunes, que intentamos combatir con todas nuestras fuerza muchas de nosotras, pero que apenas sí logramos disimular, disfrazar de "prudencia" y sobrellevar con dignidad. Él me escuchaba interesado, nunca se había parado a pensar en ello. No se le había ocurrido jamás la posibilidad de que sus pasos inocentes pudieran poner nerviosa a la mujer que caminaba delante de él. Tampoco conseguía imaginar cómo se siente una chica que ha decidido tomarse algo en un bar, sola, después de las diez. La cantidad de elementos que todavía ven en eso una petición de "guerra" y entran a un trapo que no ha ondeado con miraditas y comentarios que acaban forzando su vuelta a casa. "Tenéis que luchar contra eso", me decía, "de alguna forma es ua rebaja de libertad".
Claro. Luchamos. A ratos. Luchar continuamente es agotador. Sobre todo cuando pasan los años y tienes que admitir que la sensación sigue ahí, que lo más que has conseguido es mantenerla a raya. Cuando compruebas, además, que no es infundada -ahí está el periódico para recordártelo con las fotos de Laura, de Virginia, de tantas otras chicas están muertas ahora porque no consintieron que el temor al sonido de pasos en la noche cohartara su libertad-.
Cuando ves por la tele a u tipo encorbatado que, muerto de vergüenza (él mismo admite lo absurdo, lo anacrónico del consejo) recomienda a la población femenina que se ande con cuidado. Ese es el resumen: "Seguís siendo las mas débiles, chicas, así que, cuidado" Deprimente. ¿Es eso lo que nos ofrecen? ¿Más miedo? Pues no, gracias. Nuestra pelea es deshacernos del que nos queda. La de otros debería ser demostrar, con hechos, que es injustificado.
Esto que acabáis de leer no lo he escrito yo. Lo escribió Teresa Calo allá por 1999 en una columna que tenía en el Gara. Lo he encontrado este principio de curso, haciendo limpieza de papeles. Lo guardé porque me parece que resume a la perfección nuestra sensación, la de las mujeres que andamos por la calle. Y da igual a qué hora, da igual con qué ropa, da igual en qué condiciones. Nuestra condición de mujer hace que tengamos un miedo más que el resto. Así de simple. Triste, pero cierto. Y, por desgracia, también demuestra qué poco ha cambiado esta sociedad. Más de 15 años más tarde, se podría escribir exactamente lo mismo. Bastaría con cambiar los nombres de las mujeres mencionadas. Nos siguen dando los mismos consejos. Y seguimos oyendo los mismos comentarios por parte de gente que parece razonable:"¿habéis visto cómo iba vestida?" "¿qué hacía sola en ese sitio y a esas horas?" ".. como estaba borracha a lo mejor..." cada vez que hay una agresión, una violación, un asesinato. Culpabilizando a la víctima, aligerando de culpa al agresor.
A lo mejor es a ellos a los que no habría que dejar que anduvieran por la calle a determinadas horas o en determinadas condiciones. Porque manda... que se haya tenido que organizar una campaña con el slogan de "No es no". ¿No os parece surrealista?
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