miércoles, 19 de diciembre de 2018

MADRID


No tenía ganas de planear nada para el último puente. Además, había decidido comer con mi madre el jueves, como todos los jueves. Pobre, anda un poco trastocada, se lía con los días y empieza a no controlar el tiempo. No está para que le cambiemos sus rutinas. Así que decidí que por lo menos el jueves en Bilbo. Luego ya vería. Pero tenía muchos recados que hacer, regalos que mirar... No de Navidades, no, de cumpleaños de diciembre. Tengo montón de gente a mi alrededor que cumple en estas fechas.
Toral que decidí quedarme en Bilbo y dedicarme a hacer todo lo que tenía pendiente. Menos mal que está Eva, que, a pesar de estar despotenciada, sigue teniendo mucho coco. Y me dijo, me recordó, que el sábado también era fiesta, que no iba a poder hacer casi nada de lo planeado. Y ahí intervinieron Patxi y Txus, que tenían plan de ir a Madrid todo el puente. Me mandaron foto de su habitación, les habían puesto en una triple. Así que no tuve que darle vueltas al tema, me podía presentar en Madrid sin planear nada. ¡Decidido! El viernes a la tarde puse rumbo a Madrid.
Llegué justo para tomar algo y cenar. Al día siguiente me dediqué a hacer turismo: no había estado en la Plaza de Oriente, ni paseado por ese Madrid de los Austrias, ni en muchos de los sitios más típicos. Es lo que pasa cuando siempre has ido a Madrid a visitar amigos y te dedicas a exposiciones y otras actividades.


Empecé la mañana yendo hasta la zona de la Plaza de España y el Parque del Oeste. Allí hay un templo egipcio, el Templo de Debod, que el gobierno egipcio regaló a España por ayudarle a trasladar  los templos de Nubia, especialmente Abu Simbel, cuando se construyó la presa de Asuan. Está temporalmente cerrado, no se puede visitar. De allí, dando un buen paseo, fui hasta la ermita de San Antonio de la Florida, una ermita que alberga unos maravillosos frescos de Goya. De hecho, el genial pintor reposa allí. Se construyó una ermita gemela al lado para albergar el culto y reservar la original para museo.
La ermita era muy popular en sus tiempos por una famosa verbena, y el tal San Antonio debía ser el patrón de las muchachas solteras (lo dice el tríptico). Hoy las bodas se celebran en la ermita contigua, y escuché a una lugareña que se ha puesto de moda casarse allí entre las  gentes más pijas (superpijas, dijo exactametne) de Madrid.
Recomiendo encarecidamente la visita. Y encima es gratis. No se puede pedir más.
Después, puse rumbo al Palacio Real, la Catedral de la Almudena y la Plaza de Oriente. Toda la gente que no había encontrado hasta ese momento la encontré allí de golpe.
La Plaza de Oriente me decepcionó. Esperaba una plaza enorme, un gran espacio abierto. La sensación fue la misma que tuve cuando vi la Plaza del Ayuntamiento de Iruña por primera vez, la del txupinazo, que se ve abarrotada y parece que hay mogollón de gente, y de pronto descubres que no es para tanto, que no puede caber tanta gente allí. Aunque pisaran los jardines, y reconociendo que la Calle Bailen allí es superancha, sentí que nos han engañado toda la vida y que no eran tantos... aunque nos lo quisieran hacer creer.

Por supuesto, lo vi todo por fuera, Y no tanto porque no quisiera entrar, que a algunos sitios ni de coña, sino porque todo era una eterna cola. Es impresionante el tesón y la paciencia de algunas (de muchas, vaya) personas, que son capaces de hacer colas larguísimas para ver monumentos atestados de gente. De ahí fui a la Plaza de la Villa y las calles y plazas que están al sur. La verdad es que me di un buen pateo Me han quedado pendiente la zona del Conde Duque y el Monasterio de las Descalzas Reales. Siempre hay que dejar algo para la próxima vez.



Al mediodía me junté con éstos, y a partir de ahí todo fue como una manifestación. Plaza del Sol, Gran Vía, las exposiciones del Edificio Telefónica, Fuencarral, Malasaña, Chueca... todo estaba atestado. Incluso nos fuimos de algún bar porque era imposible pedir.


Un poco de callejeo, un poco de tiendeo, y un poco de teatro. Microteatro, para ser exactos. Hay un local en la calle de Loreto y Chicote donde programan microteatros, esto es, obras de entre 10 y 15 minutos en 5 salas que se representan casi simultáneamente. Elegimos una: La viuda de Brian. En la cola éramos los más viejos con diferencia. En la sala, la edad se igualaba bastante. Seguro que todos elegimos la obra por lo que nos recordaba. Y a los jóvenes la Vida de Brian igual no les dice nada.




Para acabar, una estupenda cena en el Kung Fu, un trago, y al día siguiente de vuelta. Despertar, desayunar, y a Bilbao para el bermú. Corto, pero intenso. Fenomenal.




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