Pasé las vacaciones de Semana Santa encerrada en casa. Y algún día más, porque cuando decretaron el cierre de todos los centros de trabajo no esenciales no tuve manera de convencer a mi director de que nosotros no entrábamos en esa categoría y que podíamos seguir acudiendo al centro. Tampoco insistí mucho, probablemente a los agentes de la autoridad que nos hubieran parado por el camino tampoco les hubiera convencido. Y además nos podríamos haber ganado una multa por insolentes. ¡Cuándo y dónde se ha visto que la educación sea un servicio esencial!
He intentado ser formal y seguir las recomendaciones. Nada de salir todos los días con la excusa de cualquier recado. Así, el planazo ha sido quedar con Espe los sábados para encontrarnos en el mercado y hacer las compras juntas, siempre con la incertidumbre de que a ella alguna autoridad competente le interceptara y no le dejara llegar al mercado. Porque esa es otra de las nuevas variables. La inseguridad que han creado y lo fácilmente que hemos interiorizado que nos puedan impedir hacer hasta las cosas más simples, como es elegir dónde compra una en un radio razonable de acción. Se empieza a acuñar el término nueva normalidad. Suena fatal y da miedo, porque se está cociendo el caldo de cultivo para futuras limitaciones y restricciones, en nombre de la seguridad, y las aceptaremos convencidos de que es por un bien común. No sé, no lo veo claro.
La redes sociales han seguido en su línea. He aprendido que hay unas cosas (¿personas?) que se llaman bots y trols, que por lo visto son los responsables de la mayoría de los tuits que esparcen ignorancia y odio casi a partes iguales. Pero algo bueno he sacado de ellas. No veo la TVE (a excepción de Cachitos de...), pero gracias a los hermanos Errazkin he conocido al periodista Carlos del Amor y los dos minutos con los que cierra el telediario (no se cuál de las ediciones ni si es de la 1 o de la 2) y que yo veo en Twitter cuando ellos le dan Me gusta. Pura poesía del confinamiento pertinentemente acompañada de la mejor música.
Hablando de televisión. Lo de la tele también ha sido terrible. Me imagino ser una viejita, que sólo tiene la tele convencional y que no tiene muchas más cosas que hacer que estar sentada frente a ella, escuchando todo el rato hablando sobre el monotema, y de que no nos preocupemos, que mayormente se mueren las personas de avanzada edad. Y eso contando con que la cadena que vean les de una información entendible y veraz. Porque la mayoría, a fuerza de llenar horas y horas hablando de ello, llegan a extremos insospechados de desinformación. Y mejor no analizar el nivel de las personas que ejercen de tertulianas. Vamos, la casa de la guasa.
Luego estaban (siguen estando, pero han cambiado el formato) las ruedas de prensa. Y el lenguaje que han empezando a usar. Hubiera o no hubiera señoros con mogollón de medallas, que a ellos se les presupone ese lenguaje, poco a poco ha calado el uso de un lenguaje bélico en todos los sectores: desde el heroicismo de los sanitarios, los símiles que usan, la apelación a la lucha, los diferentes eslóganes que se han dio lanzando (juntos venceremos, ganaremos esta batalla, hay que luchar fuerte..). Si te enfermas es que no has cumplido bien la misión, y los pobres que se mueren que se jodan por no haber luchado lo suficiente.
He intentado tener una rutina: higiene personal y doméstica, ejercicio, no estar todo el día en pijama. A ratos me ha parecido que iba por el buen camino, pero siendo sincera creo que no lo he conseguido. Sigo intentando no pasar el día en pijama los días que no voy al trabajo, no he conseguido hacer ejercicio regularmente, y ya he desistido de eso que llaman ser una buena ama de casa.
Y como esto parece que va para largo, y no tenemos ni idea de cómo será esa nueva normalidad, lo tendré que seguir intentando, sobre todo el tema doméstico. Tendré que esperar a Natalia y parece que va para largo. Ha pasado casi un mes desde la última entrada. Comentaba entonces que parecía que iba bien. Sigue en la UCI. Ha tenido graves retrocesos en su evolución, casi no la ha contado y todavía no queremos echar las campanas al vuelo porque no ha salido de peligro. Pero seguimos teniendo motivos para la esperanza.
Ya estamos en fase 0. Aunque con restricciones, se puede salir. La próxima reflexión será desde las calles. Espero veros ahí.