Hace tiempo que he vuelto a practicar una de mis aficiones preferidas: escuchar música en directo. Estuve años sin ir apenas a ningún concierto. Mar me sacó de ese ostracismo, y le he cogido gusto. Hay que reconocer que pocas cosas te dejan tan buen rollo en el cuerpo como un buen concierto, sobre todo si tiene buen sonido y el grupo se entrega.
Pero lo mismo que te da buen rollo, también es capaz de sacarte lo peor de ti misma. Por lo menos a mí. Debe ser que me estoy haciendo mayor, muy mayor. Experimenté esa sensación en un concierto de Vetusta Morla, cuando deseé tener una katana para cortar las gargantas de tanto fan que vociferaba de principio a fin TODAS las letras del grupo, tapando lo que realmente habíamos ido a escuchar. Se libraron, no la tenía a mano.
La siguiente mala experiencia fue en el BBK Live. Aquí estuve tentada de mandar al bar, a charlar allí, a mogollón de gente que estaba de cháchara incansable mientras yo intentaba escuchar al grupo de turno. Para qué pagan una entrada si van allí como a las txoznas en fiestas? Pero me contuve, eran muchos contra una. Bueno, contra dos, ¡Mar me hubiera hecho la ola! Mis compañeras de festival en Oporto, que han venido también al de Bilbo, me han confirmado la sensación.
Y la última, este pasado domingo. Elenita había conseguido entradas para ver a Robert Plant. Creo que ninguna de las personas que me leen necesitarán mirar quién es. Y allí fuimos, al Pabellón de Miribilla. La cosa prometía: una buena acústica y un público de una cierta edad (o de una edad cierta, más bien), que va a escuchar música y no a charlar. Gente respetuosa. Pues no. Había una pareja de DYA, jóvenes charlatanes, arreglando su mundo laboral a gritos. Y no me puede contener. Allí que me acerqué a ellos, no a darles consejo, no, si no a decirles a ver si no tenían por allí la ambulancia para charlar todo lo que quisieran. No me entendieron. De hecho, me miraron como las vacas al tren. Y se lo tuve que repetir tres veces, la tercera no muy amablemente. Bueno, la primera tampoco fue amable, vale... Pero conseguí que se fueran a molestar a otra parte, lo siento por los demás.
Lo dicho, que me estoy haciendo mayor. Y cascarrabias, sí. Otra cosa que me exaspera es el uso de palabras inglesas para cualquier cosa. No me refiero a aquellos conceptos que no existían en nuestro idioma y que hemos tenido que adoptar. Me refiero a los muffins, cupcakes y demás chorradas. El último descubrimiento ha sido crooner. Si miráis la definición se aplica a cantantes masculinos que interpretan cierto tipo de música. La palabra es de origen estadounidense y en inglés tiene connotaciones semejantes a trovador. Aunque si tú pones crooner en la barra de Google en España, la función de autocompletar te ofrece a Bertín Osborne. Y os juro que yo no había tecleado eso en el ordenador en la vida, ¡never in my life! Bertín Osborne trovador, ¡¡¡me tronchooo!!!