domingo, 12 de septiembre de 2021

TIRANA


He tenido mucho tiempo para explorar Tirana. Un día entero antes de ir hacia las montañas, con Espe, y dos más después, junto con las demás. Tiempo de sobra, Tirana no da para mucho. Lo que viene en las guías se ve prácticamente en un día, dos a lo sumo si entras en más de un museo. Pero ha estado bien, nos ha dado para callejear por zonas no turísticas y hacer un primer estudio sociológico del paisanaje.

Pazar i Ri: el bazar

Tirana es una ciudad caótica. Urbanísticamente y circulatoriamente hablando. No hay manera de hacer una foto a ninguno de sus monumentos sin que te salga una obra, un grúa... Da igual por qué barrio te muevas o a dónde vayas.  En todos los lados hay edificios en construcción. Y todo lo que construyen levanta más de 20 pisos. Es difícil entender quién va a comprar todo eso que construyen. Según los datos oficiales, el salario medio en Albania es de 300 €. Eso no da para comprar vivienda, digo yo. 


Y lo de la circulación... Ya cuando cogimos el taxi en el aeropuerto vimos que lo de los carriles, lo de la teoría de las rotondas, en el caso de bicis y motos lo del sentido de las calles... es algo que no han asimilado bien. Yo no hacía más que fijarme, luego iba a conducir por el país, y realmente caos es la palabra que mejor define lo que veía.


Las avenidas son superanchas. En algún sitio he leído que hay ciudades europeas con avenidas anchas, y que luego está Tirana, que son avenidas anchas sin ciudad. No hay estructura urbana, los edificios se van construyendo unos al lado de los otros sin planificar la urbanización de las zonas. Pero tiene mogollón de árboles, muchos parques y jardines y asientos por doquier. Asientos que se pueden mover, que los coges y los vas moviendo al ritma que se va moviendo la sombra. Y nadie se los lleva, ni los tira por ahí...  Lo que no tiene son fuentes. No sé si es porque, en teoría al menos, el agua de Tirana no es potable, o por algún otro motivo, pero no las hay. Y con el calor que hacía las hemos echado de menos.


La mayoría de los edificios son de la época comunista, mamotretos de cemento con fachadas rematadas por cada vecino con el material y pintura que tenía a mano, coronados de parabólicas y marañas de cables. Para paliar este desaguisado, el en su día alcalde de Tirana y hoy primer ministro del país, Edi Rama, propuso hacer “una galería de arte al aire libre” pintando los edificios más degradados de vivísimos colores con flechas, arcoíris, hojas, formas geométricas varias... para dar a la ciudad un aspecto más limpio y estético, y no tener que derribar ni reconstruir los edificios. En su día no se si consiguió su objetivo, pero hoy en día la mayoría de las fachadas pintadas necesitan otra rehabilitación, están hechas polvo. Sólo hay unas pocas renovadas en la zona más turística, cerca del bazar y del bunker más visitado.





Casi todo lo que hay que ver en Tirana está alrededor de la plaza Skanderbeg, dedicada a un héroe nacional que luchó contra los otomanos, excepto el bazar (Pazar i Ri). La plaza es enorme: es una amplia explanada de casi 300 de diámetro (en el caso de que fuera redonda), y está rodeada de lo más antiguo y lo más moderno de Tirana, sin transición alguna, como podéis ver en la foto. Es imposible no pasar por ella varias veces al día. No pudimos ver la Mezquita de Et'hem Bey porque la están restaurando, ni el magnífico mosaico que preside la fachada del Museo Histórico Nacional, también en restauración. Por lo demás, hicimos todo lo que es típico: entrar a algún bunker, ir al bazar, entrar al Museo Nacional (un aviso: no hay aire acondicionado, por si alguien piensa que dentro puede librarse del calorón), pasear por la tarde por la plaza para ver el bullicio, e ir al barrio de Blloku, donde ahora está la zona de marcha nocturna. Y como hemos tenido mucho tiempo, lo que es menos típico: subir en un teleférico al Monte Dajti, parque Nacional de 30000 Ha y lugar de esparcimiento de los tiraneses.


Comer es fácil y muy asequible. Tienen una mezcla de la gastronomía griega, turca e italiana que hace que encuentres cosas que te gusten en cualquier carta y que puedes sentarte en cualquier sitio con la garantía de que te van a dar bien de comer. Hay mogollón de cafés, bares y zgaras (tabernas con parrilla), y cantidad de establecimientos nuevos tipo chill-out, lounge o como se llamen esas moderneces. Y aquí volvemos a lo de antes: con ese sueldo medio, no entiendo quién llena todos esos establecimientos.



Callejeando llegamos a un patio, una trasera de un edifico, donde nos encontramos unas estatuas enormes, arrinconadas allí a la espera de no se sabe qué. Dos Stalin, un Lenin, dos obreros luchadores y un busto  de piedra de Enver Hoxha (el dictador comunista que rigió el país durante 40 años). Para que os hagáis una idea, una persona tendría la altura del busto de piedra. Mucho metal desperdiciado. Si estuvieran aquí, ya se la habrían ido llevando poco a poco, las habría ido desmontando y vendiéndolas al peso. Pero por lo visto eso no pasa en Tirana. De hecho, casi no hemos visto a nadie pidiendo, ni gente tirada en la calle, y hemos andado y entrado a todas las callejuelas y callejones que se nos ha ocurrido sin tener la mínima sensación de inseguridad. La verdad es que a pesar de lo caótico y de que no tiene nada especialmente monumental, me ha gustado mucho Tirana.