lunes, 6 de abril de 2020
REFLEXIONES DESDE MI BALCÓN
Ya os dije que pasé un fin de semana con varias médicas. Todavía no había pandemia, todavía no se había decretado ningún confinamiento, todavía no había llegado el apocalipsis. Estábamos, por lo menos yo lo estaba, en fase con la gripe A os pusisteis igual y no pasó nada, a mí que me expliquen por qué estáis tan nerviosas si esto es como una puta gripe...
Poco a poco he (hemos) ido evolucionando. He (hemos) ido pasando del esto es como una puta gripe a ser conscientes de lo que está suponiendo para los servicios sanitarios; del me parece una pasada que no nos dejen salir a cruzar extrañas miradas con las personas que te cruzas por la calle, porque tú tienes claro tus motivos, pero parece que quisiéramos leer en los rostros de los demás sus razones, por qué están en la calle; del no será para tanto, a vaciar los supermercados como si tuviéramos que sobrevivir un mes atrincherados en nuestras casas. Hay personas que han pasado de no entender por qué hay que quedarse casa a vigilar, increpar y denunciar a las personas que ven en la calle sin importarles las posibles motivaciones de cada una.
He descubierto las miserias de las redes sociales: las mentiras (me niego a llamarlos bulos o fake news), las exageraciones, los anda que tú e y tú más, la incomprensible necesidad de cierta gente de responder con insultos y descalificaciones a personas que no conocen, la pulsión por responder con inquina al anuncio de una muerte de un ser querido (da igual la facción política: no haber votado a los que recortaron en sanidad, eso te pasa por haber aupado a un gobierno inepto...) En fin, no sé cómo algunas personas soportan esa (sobre)dosis de odio a diario. Me cuesta entender esa manera de funcionar, casi tanto como entender el por qué de acaparar papel higiénico.
Estoy conociendo a mi vecindario. Estoy (estaba) poco en casa, casi nunca ando por el barrio. Sólo conozco a los de mi portal, y a algunos más que tenían perro cuando yo paseaba a Oma. Ahora descubro que hay familias con prole, muchos euskaldunes (hasta ahora no había oído nada de euskara por mi barrio), parejas jóvenes, gente de todo tipo. Personas que salen a balcones y terracitas que me habían pasado desapercibidas, que se asoman a veluxes invisibles hasta ahora.
He aprendido que tener un simple balcón te hace ser privilegiada. Nunca se me había ocurrido usarlo para nada, pero ahora saco la mecedora, cabe justo justo, y puedo leer al sol. Hay muchísimas personas que están pasando este confinamiento en casas interiores, en habitaciones compartidas, en sitios en los que nosotros no aguantaríamos ni una hora. Y ese rato al sol, tomar un poco el aire, me parece la gloria.
Y me he dado cuenta de lo poco valorada que está mi profesión. En prácticamente tres días la inmensa mayoría de los centros escolares han conseguido tejer una red escolar de primer orden, atender al alumnado, al que tiene internet y al que no, de una manera más que digna. Hemos dado un
salto a las herramientas tecnológicas sin nadie que nos guíe, hemos creado blogs, sites,,, inventado sistemas de seguimiento y de evaluación, hecho telereuniones y hasta teletutorías. Nos hemos puesto en contacto con todas las familias. Con nuestros medios, nuestros ordenadores, nuestras líneas y nuestro teléfono. En un anuncio de la tele, una conocida firma de seguros da las gracias a los sanitarios (por supuesto) a los repartidores y trabajadores del sector agroalimentario (cómo no), a los niños y a a las niñas por hacer los deberes (pobres, lo que tendrán que sufrir sin salir) y a algún sector más que no recuerdo. Ni rastro del sector docente. Para empezar, me chirría el concepto de deberes. No hacen deberes, hacen las tareas que les corresponderían hacer en su horario lectivo, adaptadas a las nuevas circunstancias. ¿Y quién se las manda? Caen del cielo, parece que nadie se ha parado a pensar en la cantidad de trabajo, horas y esfuerzo que nos ha supuesto esto al profesorado. En fin...
Lo que peor llevo es la sensación de alivio que tengo cada vez que pienso en ama, en cómo hubiera vivido esto, en cómo hubiera llevado que Natascha (la mujer que le limpiaba la casa) estuviera ingresada, grave, en cómo se hubiera agobiado con el bombardeo televisivo... Hubiera sido una locura. Y hubiera sufrido. Objetivamente es mejor así. Pero no me gusta la sensación.
Para cuando termino de escribir esto parece que Natascha saldrá de esta, tenemos motivos para la esperanza. Hoy aplaudiré por ella.
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